En el número uno de una calle angosta, hombres y mujeres alisan la calzada con su paso diario, rápido, desconocido. Un paso que podría ser cualquiera, de no ser porque es ésta y no otra calle la que pisan. En el número uno de una calle inclinada, dos gitanos zapatean con sus botas gastadas y una mujer anciana impide el paso a los transeúntes. Al final, en la avenida, algo parecido a una ciudad se despierta, de a poco. Del otro lado, del lado de acá, una ventana amanece y un escritor sepultado queda ahí como una promesa para las palabras que deberían venir. En el número uno de una calle con bares, alguien da la vuelta, despierta un poco después. Y me da por mirar los patios dormidos, las cuerdas sin ropa, los hoteles dormidos, el frigorífico y su lento rumor de artefacto cansado. Son las siete. Amanece.
En el número uno de una calle angosta algo, siempre, está por ocurrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario