sábado, 28 de enero de 2017

Vasilisa... no te mueras




No pasará un día sin recordar aquella noche del 17 de septiembre. Porque hay cosas que se pueden olvidar y otras que no se dejan. La memoria, claro, siempre deja al descubierto cuán jóvenes, valientes… e imbéciles podemos llegar a ser. Pero hoy, por estar triste, echo de menos asuntos sepultados, guerras que en aquel entonces no imaginaba como tales. Y somos tantos los muertos en aquellas. Tantos.

Era domingo, tenía que subirme a un avión que habría dejado pasar con gusto y aterrizar a las ocho de la mañana en una oficina de la que me había escapado con cualquier excusa de esas que cuelan. Todo cuanto valía la pena lo conocí en aquellos tres días: la colonia Roma de Octavio Paz; el Coyoacán de Frida y Trotsky; el Fondo de Cultura Económica que yo recuerdo al final de la Calle Madero y esa euforia de los que nos rociaríamos con gasolina sin dudarlo.

Ando por casa, jugando a la ruleta rusa de las gavetas … y me descubro sonriendo. Hay domingos... y domingos. Trepada a un taburete, bailando una canción de Frank Sinatra que bailan todos y que escucho ahora como si fuera mía. Yo era una mujer hermosa… y tosca, imprudente, imperfecta y aborrecible, pero era. Cada cosa la hacía con la energía demoníaca de los que se creen infalibles. Y bailaba, sí. Bailaba antes de llegar al Benito Juárez, ese fiel que divide las cosas en un antes y un después.En el delta de una ciudad perdida seguía el paso de un avión que no quería coger. 

Y no sé por qué, si hoy no es septiembre y el frío invierno de Madrid castiga mi corazón, algo en mi cabeza reproduce aquel baile, en un número que ya no recuerdo de Niágara con Lerner. Desde entonces no he vuelto a aquella ciudad. Y me falta valor. Me falta. 

martes, 1 de diciembre de 2015

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No entiendo el precipicio como el final de una azotea a la que se asoman las rubias picoteadas por cuervos y pastillas, ni aquel al que van a dormir las poetas que usan sus venas como trenzas para atarse los botines.

El precipicio que conozco ocurre en las demasiadas aceitunas, 
en la sensación de provocarse de a poco un charco que comienza a ser demasiado

sábado, 14 de noviembre de 2015

Para mí, siempre


A mí, que me encantan las reinas decapitadas...
Las cojas en tacones.
Los Ferragamo  de 15 centímetros que se revientan como copas de vuelta a casa...
Esto es... orgiástico.


martes, 18 de agosto de 2015

V, de verano; V, de estropicio



Estepa travestida en jaula.
Del estío al hastío.
Una consonante para desnucarse.
Bacantes y vacantes: que la ortografía también es un ultraje; a veces un enjambre de mujeres que rompen cristales o patean contenedores. Leda y sus cisnes.

Solsticio. Ese lugar del que no se huye y en el que el aire se empoza, como el aceite en los calderos y el vapor en las freidoras de las cocinas.

El corazón, vuelta y vuelta, en el plato sin aclarar de la vajilla de un restaurant de menú.
Enviste, acuchilla, rebaña.
El desolladero del guasap en el protocolo de una cubertería sin filo.
La casquería del uno a uno. Los que comen juntos apenas hablan, no se miran.
Rebañar. Por 9,90, de lunes a viernes y 16,90 los sábados y domingos...
días de guardar y vomitar.

Desde el balcón de mi reino, veo pasar los silencios y los cementerios bien avenidos.
Las parejas y las familias, reunidos todos alrededor de una mesa cuadrada.
Hay querencia por las esquinas; casi todos las eligen para morir.
Gente que presiona la yema de los dedos contra las pantallas de los móviles: ludópatas del silencio, ruletistas sanguíneos o por elección.
Porque después de todo: quién quiere robarle el alma al otro cuando basta con arrancarle las bragas.

De madrugada, la gente negocia lo que (parece) importar de verdad: el sexo, las drogas y la quijada con la que alguien habrá de romper el costillar de otro amanecer (porque a casa siempre se vuelve a solas; esa lección se aprende con los años). 
El resto son cáscaras de naranjas estrelladas contra alguna acera, que se pudrirán al salir el sol.

Derretirse, emborracharse, desfigurarse.
Como un bollo de azúcar en el mostrador de los días calurosos.
Ese olor dulzón que concede el verano a los que se pudren bajo el sol...
entretanto... las fieras se comen a dentelladas en algún lugar olvidado del espíritu.

,dm.,fdm

lunes, 17 de agosto de 2015

Versión sofisticada de 'Amor y pudrición'

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La suerte como un número acumulado. Un siete estropeado en un ocho íngrimo y vertical (*). Hacer compás para fijar una bestia bronca o una página en blanco. Rodilla sobre la arena de algo que parece una galleta Fontaneda. Un engaño para las demasiadas consonantes de un nombre que quiebra como los veranos y los accidentes. País, persona... 
Gente que rompe cosas. 
Porque todo lo que nombra se quiebra, rompe en subidón y despeñadero. Dobla en los medios. En el tiempo de la víspera. Allá, arriba. En la andanada. Hornacina al final de la tarde. Déjate caer.
Todo lo que se pudre tiene parentesco, el aire cálido de los afectos y los estómagos.
Mastica, rumia la hierba de esta dehesa. En esta huerta, los reproches crecen con la lluvia hirviente que riega mi corazón. Porque invierno es infierno. Y el verano siempre arde, estropeado y quebrado con su uve de nombre y vida, estallando contra el asfalto. Porque todo se pudre, aquí, en mi corazón herbívoro que habrá de sacudirse, al peso, en una bolsa del súper. 
(*) y (*)1 LEPO dixit




El día octavo de una sequía cualquiera, vista desde la dehesa (*) 1 inesperada de una ciudad sin atributos.


La soledad siempre me pilla con la boca llena, espantando a dentelladas el viento que come los bordes de las vísceras y las ventanas. Por eso las serpientes que viven en mi corazón salen a veces por mi boca.


No te mueras del asco, corazón; hazlo de hambre.


¿De dónde sale tanta ira?, me ha preguntado mi hermana en sueños. Yo la he mirado con los ojos opacos de quien piensa a gritos.


En el huerto de mi desánimo echan raíces las latas de cerveza y se extiende, alargada, la sombra de un humor oscuro que florece todo el año. Que el invierno sea infierno, lo sé desde hace mucho. Pero el verano también arde, y en él toda lluvia es vapor.


Mi ira viene de tan lejos como la infancia, aquel lugar al que van a morir, juntos, los columpios y los elefantes.


Todos los días cruzo los pasillos del mismo tren: como un fantasma al que le gustan las ventanas.  


Subir y bajar por el tobogán de una uve; la de un nombre o un verano; ese propósito consonántico, decimonoveno, de las empresas vitales e inútiles. Sin alusiones a patria o victoria. No hay melodía que las una.



El día que consiga afeitar mis muñecas con un arpón, te diré de dónde vino la furia.





lunes, 27 de julio de 2015

Verónica



Sé que mi ira será la más blanca de las mortajas.
Mis huesos son astillas bajo la piel que ya es gasa.
Mi corazón, el cenicero donde habrá de atornillarse, silencioso, el rencor de los años.

Porque nunca habrá sido suficiente
y ahora que lo escuchas,
lo mejor será llorar a dentelladas,
derribar esa casa de molares lisos
en la que se ha convertido el cuerpo estrecho de tus sueños.

El día en que fuiste  hacia la muerte
No sabías siquiera el portal en el que habrías de detenerte.
En esta avenida sin árboles
quedan todavía hornacinas desde donde despeñarse
Sé valiente y déjate caer .

Mientras reúnes valor,
tiende tu ira .
Extiende la mortaja al sol
para espantar a los pájaros con la verónica de tu vieja sonrisa.

domingo, 14 de junio de 2015

NIágara con Lerner

XX
No vas a dejar de doler, nunca.