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La suerte como un número acumulado. Un siete estropeado en un ocho íngrimo y vertical (*). Hacer compás para fijar una bestia bronca o una página en blanco. Rodilla sobre la arena de algo que parece una galleta Fontaneda. Un engaño para las demasiadas consonantes de un nombre que quiebra como los veranos y los accidentes. País, persona...
Gente que rompe cosas.
Porque todo lo que nombra se quiebra, rompe en subidón y despeñadero. Dobla en los medios. En el tiempo de la víspera. Allá, arriba. En la andanada. Hornacina al final de la tarde. Déjate caer.
Todo lo que se pudre tiene parentesco, el aire cálido de los afectos y los estómagos.
Mastica, rumia la hierba de esta dehesa. En esta huerta, los reproches crecen con la lluvia hirviente que riega mi corazón. Porque invierno es infierno. Y el verano siempre arde, estropeado y quebrado con su uve de nombre y vida, estallando contra el asfalto. Porque todo se pudre, aquí, en mi corazón herbívoro que habrá de sacudirse, al peso, en una bolsa del súper.
(*) y (*)1 LEPO dixit
El día octavo de una sequía cualquiera, vista desde la dehesa (*) 1 inesperada de una ciudad sin atributos.
La soledad siempre me pilla con la boca llena, espantando a dentelladas el viento que come los bordes de las vísceras y las ventanas. Por eso las serpientes que viven en mi corazón salen a veces por mi boca.
No te mueras del asco, corazón; hazlo de hambre.
¿De dónde sale tanta ira?, me ha preguntado mi hermana en sueños. Yo la he mirado con los ojos opacos de quien piensa a gritos.
En el huerto de mi desánimo echan raíces las latas de cerveza y se extiende, alargada, la sombra de un humor oscuro que florece todo el año. Que el invierno sea infierno, lo sé desde hace mucho. Pero el verano también arde, y en él toda lluvia es vapor.
Mi ira viene de tan lejos como la infancia, aquel lugar al que van a morir, juntos, los columpios y los elefantes.
Todos los días cruzo los pasillos del mismo tren: como un fantasma al que le gustan las ventanas.
Subir y bajar por el tobogán de una uve; la de un nombre o un verano; ese propósito consonántico, decimonoveno, de las empresas vitales e inútiles. Sin alusiones a patria o victoria. No hay melodía que las una.
El día que consiga afeitar mis muñecas con un arpón, te diré de dónde vino la furia.
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