sábado, 31 de diciembre de 2011
viernes, 23 de diciembre de 2011
Gorrión:
Abundan las golondrinas en mi barrio. Ahora no tanto, en verdad. Solía verlas a finales de verano, dando vueltas alrededor de la torre de San Francisco el Grande o en la cúpula de la Iglesia de San Sebastián.
Con la llegada del invierno, gorrión, he dejado de verlas. Ya lo sabes, gorrión, migrar es moverse. Acostumbradas a dar vueltas sobre un eje sospechoso e imaginario, supongo que al rodear antenas y anuncios no paran ellas de preparar el próximo viaje.
Desconozco por completo, gorrión, el lenguaje de las aves y los árboles. Esos, gorrión, los conoce de sobra mi hermana. A mí se me dan mejor otros dialectos más imprecisos. Y aunque desaprendo, a veces gorrión, reconozco en el color de algunas mañanas el paso lento de las golondrinas que ya no cruzan mi barrio.
Y me da por pensar, no sé, que quizás tú tengas algo que ver en la esquina azul que aparece esta mañana por la ventana del autobús.
Y eso que ya no puedes coser el sol en los bolsillos de mis faldas azul marino.
Hace tres días llegó el invierno, gorrión.
Porque migrar es moverse, gorrión. Migrar es moverse
viernes, 9 de diciembre de 2011
É l también era forastero en ese pueblo
"El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la Orden del Mérito que le otorgó el Presidente de la República. Llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller de Macondo". Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad