viernes, 23 de diciembre de 2011

Gorrión:

Abundan las golondrinas en mi barrio. Ahora no tanto, en verdad. Solía verlas a finales de verano, dando vueltas alrededor de la torre de San Francisco el Grande o en la cúpula de la Iglesia de San Sebastián.

Con la llegada del invierno, gorrión, he dejado de verlas. Ya lo sabes, gorrión, migrar es moverse. Acostumbradas a dar vueltas sobre un eje sospechoso e imaginario, supongo que al rodear antenas y anuncios no paran ellas de preparar el próximo viaje.

Desconozco por completo, gorrión, el lenguaje de las aves y los árboles. Esos, gorrión, los conoce de sobra mi hermana. A mí se me dan mejor otros dialectos más imprecisos. Y aunque desaprendo, a veces gorrión, reconozco en el color de algunas mañanas el paso lento de las golondrinas que ya no cruzan mi barrio.

Y me da por pensar, no sé, que quizás tú tengas algo que ver en la esquina azul que aparece esta mañana por la ventana del autobús.

Y eso que ya no puedes coser el sol en los bolsillos de mis faldas azul marino.

Hace tres días llegó el invierno, gorrión.

Porque migrar es moverse, gorrión. Migrar es moverse

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