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No me gustan los condominios con fachadas de ladrillos y piscinas.
Tampoco las cristaleras que se repiten, idénticas,
llenas de tendederos y correpasillos de niños ausentes a esta hora de la mañana.
(Es raro
-casi fúnebre-
el comfort del extrarradio).
No me gustan los autobuses que viajan, aburridos,
con el vientre lleno de asistentas y chinos.
No me gusta el olor a sudor, ni el roce obligado con abrigos de piel sintética.
No me gusta, nada.
Y sin embargo,
formo parte de esta nube de polvo, grasa y caspa.
En la parada de Valcarlos con avenida de Santiago,
alguien hace sonar un cortauñas, a las once de la mañana.
Al levantar la vista del suelo,
me doy cuenta de que viajo sola.
El 176 da tumbos.
Yo también.
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