jueves, 6 de diciembre de 2012

XXVII




¿Qué diré cuando la gente se detenga
para tocar mi rostro?
Miyó Vestrini, 1959

Encontré un cuerpo
uno que me ocupa, poco a poco,
cuando apareces.

No necesito agredirlo
existe por sí solo,
lejos de la intemperie,
a salvo del mordisco.

Todo en él lleva la forma de un vértigo,
la silueta de otra saliva que lo protege
un alfabeto del vuelo
un lugar horizontal que atraviesa los días.

Mi cuerpo ocupa el tiempo de una sábana
el paso rampante de un cenicero
ese lugar de tus ojos que le lleva la contraria al frío
y enciende otros nombres para la piel que ahora me cubre.
                                        
Mi cuerpo tiene el tamaño de tu insomnio 
mi cintura viste la talla que le dan sus manos.

Mi cuerpo existe en un corazón furioso,
que late contra el miedo.

Soy la atleta, la gimnasta
       la mujer que apaga el suelo  y enciende nuevos fuegos a su paso
       la que te mira de este lado del tiempo
       la que escribe
       la que resiste.

Soy el aeropuerto que tiembla bajos los pies del viajero
 el lugar portátil de tu almohada,
el paso insistente de tu lengua.

Soy este cuerpo.
Soy, sí,
la mujer que despertaba a tu lado.   

viernes, 26 de octubre de 2012

Las pocas palabras



Alicia atravesó el complejo de chalets de playa y sus coquetos senderos de césped y árboles. Dio una larga vuelta  alrededor de piscinas color azul turquesa. De vez en cuando, los aspersores se despertaban mecánicamente de su sueño matutino, escupían agua nebulizada  y volvían a dormir. Daniel y ella apenas habían llegado ayer y no había tenido tiempo de recorrer el lugar. Se asomó a  la horrenda playa artificial de Alzacaba Beach mientras recordaba el episodio de Capote. Sintió frío y una sensación de asfixia momentánea. África le pareció  una especie de silueta color violeta a la luz de un amanecer perezoso, lleno de bruma y polvo de piedras. Intentó caminar por la playa, pero las rocas le impedían mantener el equilibrio. Tenía las manos ocupadas con la taza de café y el ejemplar del Delantero centro será asesinado del amanecer que todavía llevaba marcado en página 120 desde las 3 de la mañana. Había comenzado a leerlo a la una, poco después de una cena que no probó y que habían cocinado entre ambos después  de llegar del puerto de Marbella. Boquerones y ensalada.  Nunca un pescado le pareció tan triste y silencioso como el que tenía en el plato decorado con dibujos de estrellas de mar. Poco después de fregar los platos sola, se sentó a mirar junto a Daniel, sin decir palabra, los últimos capítulos de la primera temporada de How I met  your mother. Habían salido de Madrid al día siguiente de navidad, después de entregarse unos regalos que tanto Daniel como ella conocían de antemano. Ella le había regalado un reloj de correa de piel. Él este viaje que ella ya le había pedido.

domingo, 23 de septiembre de 2012

sábado, 15 de septiembre de 2012

15 de septiembre.


Hoy es el grito de Dolores.
En Coyoacán habrá mercadillos con elotes, anillos de plata y panes dulces con avispas. 

domingo, 2 de septiembre de 2012

lunes, 13 de agosto de 2012

Metrópolis




Una ciudad nunca es la misma. Cambia. Una ciudad se sabe querida cuando amenaza dulcemente con irse a hacer puñetas un buen día de estos, para dejarlo a uno, melancólico, al otro lado de cualquier parte, extrañándola sin haberse marchado si quiera. Una ciudad es hermosa cuando las torres de sus edificios parecen chocar como copas que brindan y sus ángeles de escayola y bronce aparentan agacharse como si fueran a echarse a correr 200 metros de azoteas. Una ciudad nunca es igual si se sube o se baja una cuesta. Si el autobús es el mismo de siempre o si es una línea desconocida. Si sus fuentes están encendidas o si se apagan. Una ciudad no es la misma según sea domingo o viernes; cambian sus luces; se despiertan o se mueren de mengua sus fantasmas. Una ciudad depende del número de ventanas dispuestas a encenderse en medio de la noche. Una ciudad son sus puentes y los nervios de sus arcos, el olor de sus mañanas y los portales con orines tibios, cubos vacíos y persianas bajas. Una ciudad son sus paseantes, sus iglesias siempre abiertas, sus bares que nunca cierran. Una ciudad nunca es la misma, según se aprenda o se olvide el número de los portales, la dirección de  barrios para atletas y los parques para familias que con el paso de los años se harán numerosas. Una ciudad será distinta  si alguien comienza o sepulta en ella una historia. Una ciudad tendrá recuerdos o los habrá perdido depende de quién venza y quién sea el perdedor. Una ciudad se compromete y quita las manos del fuego. Una ciudad arde y mira llover. Una ciudad nunca es la misma según el cristal por el que se mire y el número de taxis que pasen por una calle un día que  el termómetro marque por debajo de cero. Una ciudad es el lugar en el que alguien fotografía la ventana a través de la que ha mirado. Una ciudad es una posibilidad y  su opuesto. Es el lomo de un animal de varias pieles. Una ciudad es una cirugía. Ocurre a diario, de manera inagotable, entre quienes la habitan y la sueñan. Por eso, decía Calvino, sus deseos y sus miedos. Una ciudad. La ciudad. Esta ciudad. Ésta.  

domingo, 5 de agosto de 2012

Almohadas (ejercicio de novela ocho)

La mañana en que se cortó el índice intentando abrir un hueco más en su cinturón, sentí un dolor raro. Lo vi correr al cuarto de baño apretándose el corte con la mano sana. Estaba listo para irse a la oficina, excepto porque aún no llevaba puesto el saco de su traje azul marino con levísima raya diplomática. Pesadas gotas de su sangre marcaban el camino desde nuestra habitación al lavamanos. La cómoda blanca tenía rojas interrupciones, rastros aún frescos y tibios de su herida. Y no supe qué hacer, excepto preguntar: ¿Estás bien, amor? ¿Estás bien? Como si en el fondo le preguntase ¿estamos bien, amor?, ¿estamos bien?, ¿estamos…? Me acerqué. Quise ser la esposa cuidadora que no he sido. Abrazarlo y apretarlo contra mí, para protegerlo como no lo he hecho, para cerrar con mi culpa aquella cortada torpe que se había hecho por bestia, por amo y señor de las batallas mínimas. Saqué de los cajones un bulto de algodón y una botella de alcohol. Sin quitar la mirada de su sangre en el suelo, hice mi ridícula enfermería afectiva. Miré la sangre. La suya. La nuestra. Su piel me pareció blanca, más blanca incluso que la primera vez que la vi y me di cuenta que podía pasar horas estudiando un mapa de pecas que  hoy ya no miro con la atención de antes. Estudié la profundidad de la cortada; era considerable. No me dijo nada. Creo que sólo prometió cagarse en la puta de la Victorinox que le causó la herida. Deseé cantarle nanas. Abrazar a aquel gigante herido, pero no lo hice. Todavía no sé porqué. Retiré el algodón de su dedo. La sangre seguía saliendo. Apreté un poco más. Se dejó curar como se dejan hacer los extraños, con la mansa indiferencia de los que no confían pero no tienen otra opción, porque el dolor es puñetero y con alguien hay que repartirlo.  Le hice prometerme que pasaría por una farmacia, que se haría ver la herida, demasiado honda a mi parecer. ¿Qué herida quería yo que le curara alguien más?, ¿la de la navaja? ¿la de nuestro matrimonio? ¿A quién más estaba endosando la profundidad de una lesión? ¿En manos de cuántos estaba dejando el bienestar de aquel altísimo hombre que ahora tenía frente a mí? Repetí lo de la farmacia, no sé cuántas veces. No recuerdo cuál fue su respuesta. No recuerdo si dijo sí o no. No recuerdo si quiera si respondió. Salió del baño y fue por su cinturón, que ajustó a su abdomen  en un gesto seguro y arrogante. Me sentí ridícula y doméstica, todavía en bata de dormir y sin ningún motivo para cambiármela por una ropa de oficina, por un traje de vida real y sensata. Una bata que podría dejarme puesta hasta su vuelta, en la noche. Me sentí estúpida; también agraviada –me gustaría reírme ahora de ese agravio. En la orilla opuesta de la vida que debí tener y que ahora intercambiaba por una guerra silenciosa de muros que crecían como hierba entre nuestras sábanas ásperas y desconfiadas. Ni yo era la que alguna vez se plantó en un aeropuerto con una maleta y una declaración de amor, ni él el hombre dispuesto a tener expectativas en lugar de planes. Yo ya no era valiente. Y él ya no me creía capaz de serlo.

jueves, 19 de julio de 2012


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"El auténtico valor del recuerdo consiste en hacernos comprender que nunca nada es pasado"
Elías Canetti

lunes, 28 de mayo de 2012

Situación de rehenes en una caseta

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Tampoco sé yo si los mató el amor
o la malaria.

Después de todo
¿de qué tamaño habría tenido que ser el equipaje
para perder con método?


majaderías las de antes.

miércoles, 16 de mayo de 2012

1095

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 "La ciudades como los sueños..."
Italo Calvino


Este año tampoco lloverá.

Está bien saberlo.
Después de todo, está bien.

(No es un buen día 
para hacerse el entendido en cosas rotas).

Después...
de todo...
está...

está.

Yo también
-perdón, quise decir-
A mí también...
también a mí..


Este año tampoco lloverá.

Está bien saberlo.
Después de todo, está bien.
(no es un buen día)

Está.
Todavía.
Está.

martes, 10 de abril de 2012

Con amor, diente roto.

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Van a morir los días

a la rejilla sucia del frigorífico.

Sabrán reconocerse

-los días, los dientes-

por el paso lento y pesado 

que usan para besarse 

los terrones y las cucarachas.

Sabrán bailar todos

en la pista de baile de un corazón lleno 

de espantos y muelas rotas.  

Sacude el saquito,  

baila un poco 

querido mío, diente roto.  

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sábado, 10 de marzo de 2012

La silla rota de tu lengua



Tu tensiónn repta
sobre el brazalete de una mañana sin Fe
ni cafeína.

un miligramo
te sacará de aquí
antes de que notes la diferencia

domingo, 19 de febrero de 2012

Sobre los molares del buey.

La fiebre es mejor cuando sobrepasa alguna temperatura. Temo a las enfermedades sin síntomas tanto como al ancho orificio que dejan a su paso al cabo de unos años Quiero a los míos con la intensidad de los ciegos. Es la fiebre dicen la que nos puso aquí. así Aquí tan lejos del arado.

domingo, 12 de febrero de 2012

Hazte a la idea
de que hay una carretera
una larga
larga
carretera

¿qué harás con los trocitos
cuando el viaje llegue a su fin?

Amanece
Amenaza




domingo, 15 de enero de 2012

L



Y abajo, a miles de pies de altura
a la ciudad se le olvida
cómo rugen los vientres

- de ciertos aviones-

Ya yo recuerdo el lugar exacto de los atascos
tampoco el demorado aspecto de los coches al despegar.

Ya no recuerdo nada
excepto aquella rotonda
donde los coches iban a morirse
en un desagüe de luz y tristeza

En la tele, seguramente,
escucharemos risas grabadas
de gente que murió hace años

Ya no recuerdo nada
excepto aquella rotonda
y el sonido de las turbinas
mientras alguien vuelve 750 pasos la vista atrás.

Ya no recuerdo.
Entonces, lloraba.
Ahora también, pero de otro modo.
De otra forma.

lunes, 2 de enero de 2012